Esta Navidad regala piezas únicas

Manualidad: Zapatillas para niños/ niñas

Hechas con amor

(Nº20-23)

Necesitamos:

· 35/40gr. De lana de dos hebras. Es mejor si la lana es gordita, así quedarán más mullidas y los pies mantendrán mejor el calor.

· Agujas del número 3 o 4 (o las que tengas en casa).

· Aguja de coser lana.

· Un trozo de piel (se puede reciclar de un bolso viejo).

1.- Montar 20 puntos, y tejer un rectángulo del largo del pie del niño. Para saber cuántos puntos montar, dependiendo del tamaño del pie del niño o la niña. Debemos medir de tobillo a tobillo pasando por bajo del talón. Ese será el buen ancho de la zapatilla.

2.- Cuando tenemos el rectángulo tejido, enhebramos la aguja con el extremo de la lana con la que estanos tejiendo y pasamos la hebra por dentro de cada punto y fruncimos, automáticamente la zapatilla se doblará por la mitad y Tendremos la punta de la zapatilla.

3.- Desde el frunce seguimos cosiendo hasta la mitad de la zapatilla ( o hasta dejar una abertura necesaria para meter el pie.

4.- Cosemos la parte posterior de la zapatilla doblada en dos.

5.- Dibujamos la base de la zapatilla en el trozo de piel y recortamos dos iguales, uno para pie derecho y otro para pie izquierdo.

7.- Marcamos con un corta cartón (cúter/punzón) o cuchillo, los puntos por donde pasará la aguja por la piel.

8.-Fijamos, a través de los agujeros, la piel en la base de la zapatilla., con punto de ojal o festón. Si esa piel tiene una parte lisa y una rugosa, la rugosa debe quedar hacia el suelo para evitar que la zapatilla resbale.

9.-Repetimos para el otro pie.

Los niños y la muñeca

Por Sandra Chandía Riaño

Todos reconocemos que, desde que El niño/a nace, como si brotara a la vida, va desplegándose lentamente hasta alcanzar, en la mayoría de edad, la madurez.

Dicho proceso está impregnado del deseo de conocer del niño/a. Este deseo le lleva, en la más tierna infancia, a realizar grandes hazañas como son, ponerse de pie, luego conquistar el habla y como tercer hito, el desarrollo de los rudimentos del pensar.

Todos los elementos físicos, anímicos y espirituales que están presentes en el entorno del niño/a, ya sea de manera voluntaria o no, hacen parte del bagaje de la infancia, impregnan su cualidad en el alma infantil.

Este ser, todo órgano sensorio, puede captar la realidad de los objetos  (físicos y sutiles) e incorporar su comprensión desde la más primigenia experiencia, tan profundamente, que hacen parte de su forma, de lo que estructuralmente el niño/a es, las experiencias – vivencias calan hasta los huesos.

Reconocida esta cualidad quisiera hablar de las muñecas, definidas como el elemento que, en el juego infantil ,  ofrece la visión de lo humano. La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿qué imagen del hombre le queremos ofrecer al niño/a? ¿Cuál es la cosmovisión de hombre que llega al niño/a al recibir tal o cual objeto – muñeca.

Toda la visión del hombre para la antroposofía, está recogida en la muñeca waldorf o debería estarlo.  Es esta cualidad sutil fundamental la que le permite al niño, sentirse reconocido, acogido, reflejado, visto en la muñeca, que sin duda se transformará, como no podría ser de otra manera, en un compañero inseparable para el juego, para la vida.

La muñeca recoge a su vez la idea del hombre en desarrollo, refleja la madurez temporal del niño en este desplegarse del ser, es por esto que su forma externa se va complejizando en la medida en el que el niño crece.

La forma de la cabeza, esférica, reconoce la cualidad cósmica – celeste  del hombre, le habla de su patria original. Esta cabeza colocada en el centro de su corporalidad actualiza la idea del hombre recto en la vertical que puede libremente, dirigir su mirada al cielo, es el único sobre la tierra con la posibilidad de hacerlo. Esta cabeza se va definiendo más y más en su desarrollo, se va individualizando y aparece en ella el gesto único y particular. La hendidura de los ojos, que imprime un carácter al rostro, el color de ojos y pelo, van ofreciendo al ser herramientas para llevar adelante su destino y la muñeca se hace eco de esta realidad evolutiva y de la realidad exterior a la que el niño pertenece.

El tórax con su cualidad rítmica, aún dormida a la consciencia en la temprana infancia, va adquiriendo firmeza, hasta  hacerse casa de corazón y pulmones, es flexible, acoge el movimiento rítmico,  se expande y retrae, esta fundamental cualidad aparece en la confección de esta muñeca haciendo el relleno de este”tórax” firme pero blandito, que los dedos puedan hundirse levemente. Es esta casa – corazón el centro de la acción del hombre en el mundo y como centro es mezcla entre duro y blando, lugar de paso, de interrelación.

Los miembros móviles, abiertos en expansión al mundo, reflejo de la acción humana, se van materializando en la imagen muñeca en la medida en que aparecen a la realidad del niño en evolución.  En la muñeca de nudos, por ejemplo, en donde los miembros están  apenas esbozados por encontrarse fuera del rango a la conciencia. Un pequeño nudo en el extremo de una tela se transforma en “mano” a imagen de aquel puño cerrado del bebé que aún tiene todo el mundo por descubrir.  Brazos y piernas aparecerán en la medida en la que vayan siendo “activas” en el desarrollo motor del niño. También el tono muscular asociado naturalmente a la capacidad motora se verá reflejado en la cualidad del relleno de la muñeca. 

La proporción entre todas las partes que componen la muñeca, cabeza, tronco y extremidades es semejante a la del niño pequeño y esta debe ser tenida en cuenta a la hora de confeccionar una muñeca.

Finalmente me gustaría recordar que lo más valioso que puede contener un juguete confeccionado a mano es el calor humano que en el se imprime. Llenemos los juguetes de nuestros niños y niñas de buenos pensamientos, de claridad, de noble intención y de mucho, mucho amor.


«Si entendemos bien esta fiesta, tendremos que decir:

Lo que creemos que nace de nuevo simbólicamente cada Noche de Navidad, es el alma humana en su naturaleza original, el espíritu de la infancia del ser humano, en la pureza del comienzo de la evolución de la tierra; Entonces descendió como una revelación desde las alturas celestiales. Y cuando el corazón humano toma conciencia de esta realidad, el alma está llena de la inquebrantable paz que puede llevarnos a nuestros más elevados objetivos, si somos personas de buena voluntad. Ciertamente, grande es la palabra que resuena para nosotros en la noche de Navidad, si realmente comprendemos su significado.»

Rudolf Steiner

Los ducados caídos del cielo

Érase una vez una niña que había perdido a su padre y a su madre, y se quedó tan pobre, que no tenía ni una cabaña en la que vivir, ni una camita donde dormir. Sólo le quedaban los vestidos que llevaba puestos y un pedazo de pan que le diera un alma caritativa.

Pero la niña era buena y piadosa. Viéndose abandonada del mundo entero, marchóse campo a través, puesta la confianza en Dios nuestro Señor. Encontróse con un mendigo, que le dijo:

– ¡Ay! Dame algo de comer. ¡Tengo tanta hambre!

Ella le alargó el pan que tenía en la mano, diciendo:

– ¡Dios os bendiga! – y siguió adelante.

Más lejos encontró a un niño que le dijo, llorando: – Tengo frío en la cabeza. Dame algo con que cubrirme.

Quitóse la muchachita su gorro y se lo dio.

Y más adelante salióle al paso una niña que no llevaba corpiño y tiritaba de frío. Diole ella el suyo. Después pidióle otra la faldita, y ella se la dio también.

Finalmente, llegó a un bosque, cuando ya había oscurecido, y presentósele otra niña desvalida que le pidió una camisita. La piadosa muchacha pensó: «Es ya noche oscura y nadie me verá. Bien puedo desprenderme de la camisa», y se quitó la camisa y la ofreció a la desgraciada.

Y, al quedarse desnuda, empezaron a caer estrellas del cielo, y he aquí que eran relucientes ducados de oro. Y, a cambio de la camisita que acababa de dar, le cayó otra de finísimo hilo. Recogió ella entonces los ducados y fue rica para toda la vida.

Los duendecillos

Un cuento de los hermanos Grimm

Un zapatero se había empobrecido de tal modo, y no por culpa suya, que, al fin, no le quedaba ya más cuero que para un solo par de zapatos. Cortólos una noche, con propósito de coserlos y terminarlos al día siguiente; y como tenía tranquila la conciencia, acostóse plácidamente y, después de encomendarse a Dios, quedó dormido. A la mañana, rezadas ya sus oraciones y cuando iba a ponerse a trabajar, he aquí que encontró sobre la mesa los dos zapatos ya terminados. Pasmóse el hombre, sin saber qué decir ni qué pensar. Cogió los zapatos y los examinó bien de todos lados. Estaban confeccionados con tal pulcritud que ni una puntada podía reprocharse; una verdadera obra maestra.

A poco entró un comprador, y tanto le gustó el par, que pagó por él más de lo acostumbrado, con lo que el zapatero pudo comprarse cuero para dos pares. Los cortó al anochecer, dispuesto a trabajar en ellos al día siguiente, pero no le fue preciso, pues, al levantarse, allí estaban terminados, y no faltaron tampoco parroquianos que le dieron por ellos el dinero suficiente con que comprar cuero para cuatro pares. A la mañana siguiente otra vez estaban listos los cuatro pares, y ya, en adelante, lo que dejaba cortado al irse a dormir, lo encontraba cosido al levantarse, con lo que pronto el hombre tuvo su buena renta y, finalmente, pudo considerarse casi rico.

Pero una noche, poco antes de Navidad, el zapatero, que ya había cortado los pares para el día siguiente, antes de ir a dormir dijo a su mujer:

–    ¿Qué te parece si esta noche nos quedásemos para averiguar quién es que nos ayuda de este modo?

A la mujer parecióle bien la idea; dejó una vela encendida, y luego los dos se ocultaron, al acecho, en un rincón, detrás de unas ropas colgadas.

Al sonar las doce se presentaron dos minúsculos y graciosos hombrecillos desnudos que, sentándose a la mesa del zapatero y cogiendo todo el trabajo preparado, se pusieron, con sus diminutos dedos, a punzar, coser y clavar con tal ligereza y soltura, que el zapatero no podía dar crédito a sus ojos. Los enanillos no cesaron hasta que todo estuvo listo; luego desaparecieron de un salto.

Por la mañana dijo la mujer:

–   Esos hombrecitos nos han hecho ricos, y deberíamos mostrarles nuestro agradecimiento. Deben morirse de frío, yendo así desnudos por el mundo. ¿Sabes qué? Les coseré a cada uno una camisita, una chaqueta, un jubón y unos calzones, y, además, les haré un par de medias, y tú les haces un par de zapatitos a cada uno.

A lo que respondió el hombre:

–   Me parece muy bien.

Y al anochecer, ya terminadas todas las prendas, las pusieron sobre la mesa, en vez de las piezas de cuero cortadas, y se ocultaron para ver cómo los enanitos recibirían el obsequio. A medianoche llegaron ellos saltando y se dispusieron a emprender su labor habitual; pero en vez del cuero cortado encontraron las primorosas prendas de vestir. Primero se asombraron, pero enseguida se pusieron muy contentos. Vistiéronse con presteza, y, alisándose los vestidos, pusiéronse a cantar:

“¿No somos ya dos mozos guapos y elegantes?

¿Por qué seguir de zapateros como antes?.”

Y venga saltar y bailar, brincando por sobre mesas y bancos, hasta que, al fin, siempre danzando, pasaron la puerta. Desde entonces no volvieron jamás, pero el zapatero lo pasó muy bien todo el resto de su vida, y le salió a pedir de boca cuanto emprendió.

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