Curso 2014 – 2015

Casa Waldorf , abre sus puertas para recibir el nuevo curso ofreciendo a las familias un espacio de atención en el hogar, debidamente adaptado, para niños de 0 a 6 años. En grupos reducidos, 4 niños por educadora.

Las actividades del hogar ofrecen al niño desafíos de aprendizaje en la escala apropiada en un ámbito de seguridad, confianza y amor que le permite desarrollar plenamente sus capacidades individuales.
Las familias interesadas en conocer este impulso pueden acercarse (indispensable, cita previa, teléfono 635 799 179), con mucho gusto les recibiremos.

La suerte y la desgracia

Había una vez un rico y un pobre. Cada empresa que el rico realizaba, le resultaba muy beneficiosa, y la suerte le era tan favorable, que tenía más que suficiente; sí, tenía demasiado para sí mismo. Pero él no era ni arrogante, ni avaro, sino que proveía de su abundancia a los demás.

Por el contrario, para el pobre todo eran fracasos; permanecía pobre cada vez más hundido en la miseria. Pensaba que la Desgracia había sido la madrina de su bautizo y le había maldecido. Por ello se volvió amargado, codicioso y envidioso.

Un día le llamó el rico al pobre y le dijo: Amigo, ve a la casa dorada de la Suerte y dile que ya tengo más que suficiente y que no necesito ya de sus regalos. Por este recado te quiero dar diez piezas de oro.

En vez de alegrarse por este inesperado servicio, del que mucho necesitaba, se sintió el pobre codicioso y replicó: Eh Señor, el camino hasta la Suerte es muy largo y sobre todo difícil de encontrar, especialmente para mí, que tantas veces lo he buscado en vano. A ti, se te presenta en verdad muy fácil pues la Suerte siempre ha viajado a tu lado. ¿Por eso has de darme mínimo 20 piezas de oro!

El rico estuvo conforme, a pesar del asombro que le causo la desvergüenza del pobre. Éste se dispuso a ir, pero al llegar a la puerta se volvió y dijo que 20 piezas de oro le parecía aún poco.

¡Ahora iras solo por nueve monedas!, dijo el rico, ¡pues ahora no te ofrezco más!

¿Cómo?, gritó el pobre, ¡Esto es una broma pesada! ¿No quiero ir por veinte y me ofreces nueve?

Bien entonces lo olvidamos, dijo el rico.

Esto hablandó al pobre, que se había alejado testarudamente. Así que se volvió y se ofreció a ir por nueve

Pero ahora solo te daré seis, dijo el rico firme, pero tranquilo.

Menudo robo, por seis no iría nunca, gritó el pobre y se alejó aún más obcecado.

Pero apenas había salido de la casa, pensó en lo bien que le habrían venido esas seis monedas de oro. Así que regresó mucho más humilde y se ofreció a ir por seis.

Quieres decir por tres, pues ya no te ofrezco más, respondió el rico.

¿Cómo que tres? ¡Con eso no pagas ni los zapatos que desgastaré en el camino! ¡Por tres míseras piezas no voy!

Salió lleno de cólera, pero de camino entró en razón y se dio cuenta de la inesperada suerte que suponían esas tres monedas. Así que dio la vuelta y se ofreció a ir por tres.

Pero ya no hablamos de tres: te doy una y es mi última palabra, dijo el rico.

Bien, pues que sea una, gritó el pobre, y echo a correr tanto como pudo, para que el rico no cambiara de parecer.

Tras muchas penas y fatigas, por tierra y por mar, pudo encontrar el pobre al fin el desconocido camino que llevaba a la dorada casa de La Suerte. Deslumbrado por su resplandor, tocó a su dorada puerta. Entonces apareció La Suerte y le preguntó qué era lo que buscaba. Cuando le comunicó el mensaje que llevaba del rico, respondió la Suerte:

Dile al rico que seguiré colmándole con mis regalos, porque cree en mí. ¡Tú sin embargo márchate!

Cuando el pobre suplicó que le sonriera la Suerte una sola vez, le señaló la casa de su vecina, la Desgracia, que habitaba una derruida cabaña detrás de la casa dorada. A ese lugar pertenecían los hombres que, como él, pensaban que cargaban con una maldición sobre ellos. El pobre quiso ver a la Desgracia que era causante de su destino, y se introdujo sigilosamente en la cabaña, en la que la Desgracia dormía. Entonces rompió en maldiciones, hasta que la Desgracia despertó y le preguntó qué era lo que quería.

Devolverte tu maldición, gritó el pobre.

Despacio, despacio, respondió la Desgracia. ¿Acaso no acabas de ganar una pieza de oro, porque yo estaba durmiendo? ¡Pues eso no volverá a sucederte, ya que me acabas de despertar!

 

Salta monito

Salta monito,

salta monaso

quiebra las tazas

quiebra los vasos

 

Salta monita,

salta monasa

quiebra los vasos

quiebra las tazas

 

Sugerencia:

Estos versitos acompañados de palmas u ofreciendo las manos al niño/a para que se apoye y salte, es un juego del que pueden disfrutar mucho. Es un recurso de movimiento magnifico para cuando los niños “no saben a qué jugar” o manifiestan aburrimiento, este cambio de ritmo les moviliza y el juego viene a ellos otra vez.

En el caso de pequeñas peleas entre hermanos o amiguitos, si nos acercamos recitando y dando palmas, seguramente sentirán entusiasmo por este juego de brincos, que les “ventilará” y podrán, luego de algunos saltos, iniciar otra vez el juego.

 

Para escuchar el audio de esta canción, haz click aquí

Caballito blanco

Caballito blanco
llévame de aquí
llévame a mi pueblo
donde yo nací

Tengo, tengo, tengo
tú no tienes nada
tengo tres ovejas en una cabaña.
Una me da leche
otra me da lana
otra mantequilla
para la semana
Levántate Juana
y enciende la vela
y mira quien anda
por la carretera
Son los angelitos
que andan de carreras
despertando al niño
para ir a la escuela

 

Sugerencia:

Os recomiendo está canción para jugar al caballito con los niños/as sentados en las rodillas, es un juego estupendo para cuando nos toca, por ejemplo, esperar en algún sitio con los niños.

También disfrutan mucho de ella en un paseo, montados en un palo, rama o escoba o simplemente trotando a modo de caballo, Cuando tenemos que ir con niños caminando de un lugar a otro para hacer un recado, por ejemplo, podemos ofrecerla como una compañera en el trayecto.

En casa se puede cantar sentados a la mesa y pedir al niño que trote alrededor. Si hay más de un niño, el momento en que se acabe la canción ( o una estrofa según estiméis) será el oportuno para cambiar de turno.

 

Para escuchar el audio de esta canción, haz click aquí

Crecer en la confianza de los recursos propios

El niño en el momento de nacer está dotado de una capacidad de movimiento que le vincula con el exterior, esta se despliega, es decir un movimiento da paso al otro, como si del transcurrir de una música se tratase, como el acontecer de la música no solo en el sentido lineal de la lectura de la partitura, si no también en lo que cada sonido implica a nivel sensorio, emotivo y espiritual. Cada movimiento no solo llama a la puerta del siguiente si no que ofrece al niño la íntima experiencia de si mismo, la satisfacción de lo conquistado con las propias fuerzas, la experiencia en tiempo real y presente, de las fuerzas de la naturaleza del mundo de la materia en el que quiere encarnar y todo lo que en el entorno le ofrece como consecuencia.

Cuando esta música ha resonado en la corporalidad, en el “instrumento” de este niño/a, el patrón de movimientos primitivos que trae consigo como certeza de su humanidad, da paso a aquellos que desde si mismo actualiza y trae al presente, conquista la posición erguida con las fuerzas de su propio ser y se aventura a dejar su huella en el mundo.

¿Qué puede un adulto madre, padre, educador hacer por un niño en este tiempo? Dejar a este músico tocar su partitura, no importa cuantos ensayos hagan falta para que suene con belleza esta música particular.  Respeto ante en trabajo que el niño está realizando. Respeto que implica confianza absoluta en que aquellas fuerzas que te han traído a la vida te permitirán abrirte paso en ella como te propongas. Respeto que significa decir con nuestro gesto y no con palabras, tu puedes, yo lo sé.  ¿Acaso un padre, madre, educador que “ayuda” al niño de 5 meses y lo sienta no le está diciendo con su gesto….como tú no puedes, yo lo haré por ti?, sirva esto como una humilde invitación a la reflexión…  aquel niño que ha recibido esta “generosa ayuda” se ha quedado sin saber en su cuerpo que movimientos hacen falta para llegar de una posición a otra….entonces en este escrito se queda un gran silencio que no pertenece a la música que el niño/a conoce. ¿De qué elementos podría llenarse este silencio? Tal vez stress, incomodidad, miedo, pasividad, tristeza, desgano, desesperación que se manifiesta en sucesiones de movimientos incontrolados…¿a qué suenan estos síntomas? ¿Tal vez a enfermedades de estos tiempos?

Se podría graficar esta experiencia en el niño/a  asemejándola a la de un conductor que conoce perfectamente la ruta de un punto a otro de una ciudad, a pesar de que nunca la ha hecho. Mientras va circulando por la mitad de esta, aparece “mágicamente” en el destino final ¿qué pasaría con él?, ¿no se encontraría acaso despistado y sin referentes?.  Si este conductor tuviera repetidas veces esta misma experiencia en diferentes rutas que iniciara, ¿qué creéis que pasaría?  Tal vez un día decidiera simplemente dejarse llevar al final de su ruta, sin hacer nada, terminaría por olvidar su trabajo, tal vez ni siquiera recordaría porque está delante de un coche…

Cada vez se oye más a las madres/padres/educadores decir, este niño no juega, este niño se aburre, este niño siempre se está quejando, nunca se está quieto….¿no será que al modo de aquel conductor, solo esté esperando a la magia que les lleve a su destino final?

Queriendo acompañar a un niño como madre, padre, abuela, abuelo o educador, tenemos la oportunidad maravillosa de aprender a observar. Tal vez un niño sólo necesita espacio delante de él, espacio que no es meramente físico, por supuesto, (no hablo de la habitación) si no también emotivo y de pensamientos.  Si no hay sitio, ¿cómo podía comprender desde el movimiento, que deseamos con todas nuestras fuerzas que venga para conocerle, que todo lo de él/ella nos interesa?

El amor nunca quiere para si mismo, siempre quiere para el otro. Si te veo y te amo ¿qué puedo querer para ti?

 

Sandra Chandía Riaño

Maestra Waldorf  – Madre de día

 

 

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